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Javier Milei o la modelización antimodélica

RUBÉN H. RÍOS

En términos generales, y sin entrar en detalles acerca de la deriva de la teoría económica neoclásica, que surgió entre fines del siglo XIX y principios del XX (de considerable influencia), Capitalismo, socialismo y la trampa neoclásica, el último libro de Javier Milei, publicado por Planeta, a través de una serie de conferencias y discursos – entre ellos, el que pronunció el 1° de marzo de este año en el Congreso de la Nación –, más algunos artículos (uno en inglés) y papers académicos, configura una encendida defensa del “modelo de la libertad de mercado” y un ataque sistemático a lo que denomina “religión del Estado”. Bajo esta caracterización se colocan, en distintas escalas del culto, liberales, keynesianos, neokeynesianos, marxistas, socialdemócratas, fascistas, etc. El problema central de Milei, respecto de los neoclásicos, es que economistas de estirpe liberal, con sus modelos de “fallos de mercado”, los que para él no existen, colaboran involuntariamente con la intervención del Estado para corregirlos y, de esa manera, crean las condiciones para el avance inexorable y odioso del socialismo y la pobreza. En eso consiste, en pocas palabras, la “trampa” neoclásica, que consiste más bien en un desvío de dos ideas de Adam Smith (la fábrica de alfileres y “la mano invisible”), y que, por lo demás, reinicia su trayectoria correcta con Carl Menger, el fundador de la escuela austríaca de economía en el último tercio del siglo XIX.

Según relata el mismo Milei, su “conversión” del neokeynesianismo, adquirido en la universidad, al “modelo de la libertad de mercado” se realiza hace unos diez años por medio de la lectura del artículo “Monopolio y competencia” de Murray Rothbard, creador del anarcocapitalismo, el cual lo conduce a estudiar “de manera intensa” a los autores de la escuela austríaca – es decir, Mises, Hayek, Böhm-Bawerk y otros, sin olvidar a Rothbard, a la postre un epígono radicalizado del primero –. La función que tiene éste en la transformación del pensamiento de Milei, se diría, es despertarlo del “sueño dogmático” – como dijo Kant sobre Hume – de la inconveniencia de los monopolios (o duopolios) en la estructura del mercado, por un simple hecho: con ellos los rendimientos marginales decrecientes (variable del modelo neoclásico de crecimiento de Solow-Swan) se sustituyen por rendimientos crecientes a escala. Por lo tanto, a su juicio, los mercados concentrados fundamentan las controvertidas reconstrucciones del PIB per cápita de Angus Madison, las cuales muestran la evolución constante y multiplicada del PBI en los países capitalistas a partir del siglo XVIII, “a pesar del Estado”, como comenta Milei.

De aquí se sigue que si la teoría neoclásica o la teoría microeconómica llama, entre otros, “fallos de mercado” a los monopolios o a los duopolios (en la jerga de los economistas, “no convexidades” o también “externalidades negativas”) se trata de un error fatal, en el que muchos liberales ingenuos caen (incluso, Milei dixit, el mismísimo Espert, liberal “clásico” de la escuela de Chicago, que llegó a justificar los impuestos que cobra el Estado por los supuestos “fallos de mercado” que debe rectificar), y no sólo porque no advierten que tales fallas son funcionales a la intervención del Estado sobre la economía (por consiguiente, favoreciendo el socialismo) sino en cuanto los economistas se “enamoran” – dice él – de los modelos económicos y de la modelización matemática de las teorías neoclásicas. Si hay un reproche que Milei le dirige a sus colegas es este, y además con insistencia. Sin embargo, el segundo bloque del libro (de la página 223 a la 375) contiene un conjunto abigarrado de papers que operan con diversos modelos, y modelos de modelos, junto con ecuaciones y funciones matemáticas, gráficos y curvas, que parecen desmentir ese rechazo de los modelos por parte del autor, si no fuera que reconoce que “si bien es el parche con lo que hoy trabaja la teoría económica” (pág. 12) considera que los problemas que afronta todavía se encuentran en proceso de investigación y elaboración.

En realidad, como Milei adjudica los supuestos “fallos de mercado” a la insuficiencia de los modelos neoclásicos, en el sentido que cuando no aprehenden el funcionamiento de la economía se prefiere llamar “fallos de mercado” a ese defecto de la modelización, se interna en una zona epistémica que no registra ni piensa. Por un lado, entiende que un modelo es “una representación simplificada de la realidad”, lo cual es por demás discutible, y por el otro, no define con precisión cuál constituye su finalidad, si analizar, explicar, comprender, describir o conocer, ni tampoco qué tipo de relación mantiene con la “realidad”. Ahora bien, en la medida que ésta en su léxico significa “mercado”, y que el concepto de este, tomado de Alberto Benegas Lynch (h.) – el prócer argentino para Milei del “modelo de la libertad de mercado” –, lo formula como un proceso de cooperación social donde se intercambian voluntariamente (por eso no hay “fallos”) derechos de propiedad, lo que da lugar a un “orden espontáneo” que arruina la intervención del Estado, ningún modelo económico, ni estático ni dinámico, tendría muchas posibilidades de hacerse una “representación simplificada” de la economía de libre mercado, ni está claro si lo logra para qué serviría algo así. Dicho en otras palabras, de acuerdo con el anarcocapitalismo de Milei, donde la coordinación de la sociedad la realizan los actores económicos, guiados solo por la teoría de la subjetividad de la escuela austriaca fundada por Menger (o “individualismo metodológico”), resulta lógicamente superfluo un “modelo” de la libertad de mercado, al menos sin interferir de algún modo sobre esa mítica “mano invisible” que ordena para la prosperidad y la riqueza infinita.

 

Publicado en el suplemento de cultura del diario Perfil el 23 de junio de 2024, con el título “Javier Milei y el modelo de la libertad de mercado”.




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