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Gianni Vattimo y John Caputo, hermenéutica y espectralidad en la muerte de Dios

 

 

Después de la muerte de Dios. Autor: Gianni Vattimo (conversaciones con John D. Caputo). Género: ensayo. Editorial: Paidós.

RUBÉN H. RÍOS

En Cómo acabar de una vez por todas con la cultura, de Woody Allen, hay un relato paródico de la novela policial noir muy divertido acerca de la muerte de Dios. El detective Kaiser Lupowitz, por encargo de una sensual rubia que (dice) estudia filosofía, busca a Dios y después de algunos episodios encuentra el cadáver en la morgue de la policía. Se sospecha de un existencialista, pero Lupowitz – sospechoso también por sus inclinaciones existencialistas – que el asesino es su clienta, en realidad una profesora de física. Si se toma en serio este sofisticado chiste, la filosofía no ha matado a Dios – o lo hizo de modo imperfecto, según reflexiona el sargento Reed de la policía ante el cadáver del Ser Supremo –, sino la ciencia. El “giro teológico” del pensamiento contemporáneo, mejor dicho, al menos de una parte de éste, parece darle la razón al relato y, en especial, a las dudas inspiradas en Kierlegaard de Lupowitz acerca de si no basta la fe para resguardar a Dios de su muerte filosófica. Algo así, salvando las distancias, sucede en el caso de los autores de este libro, Vattimo y Caputo, y también en el prologuista y editor Jeffrey Robbins y de quien escribe el epílogo, el teólogo francés Gabriel Vahanian.

Todos ellos se internan en la paradoja de una teología sin Dios. Se dirá que esto no es algo nuevo: ya el gnóstico Basílides en los comienzos del cristianismo, y luego San Juan de la Cruz, Escoto Erígena, Maister Eckhart o Jakob Böhme se consagraron a la teología negativa o apofática, cuyo principal rasgo consiste en negar todo conocimiento de la divinidad. Sin embargo, los autores de Después de la muerte de Dios no son tan ingenuos. Por un lado, el Dios que muere a partir del anuncio de Nietzsche se refiere al que levanta la teología positiva a lo largo de unos cuantos signos a partir de Clemente de Alejandría y Orígenes, lo que de ningún modo afecta el sentimiento religioso. Por el otro, no se trata de recaer en la teología negativa porque, como dice Caputo, el Dios oculto de ésta supone un hyperousios (la palabra la inventa Derrida), una substancia absoluta más allá de cualquier substancia inteligible. La muerte de Dios, de esta manera, deja pocos caminos transitables para el pensamiento teológico o metafísico (u ontoteológico) – si deja alguno. Vattimo y Caputo difieren en muchísimos puntos y acuerdan en que ninguno pretende un simple renacimiento de Dios y en que ambos son de fe católica. Lo último no impide que critiquen a la Iglesia de Roma, por supuesto, ni tampoco interpretar (y deconstruir) su propia fe o sensibilidad religiosa en términos muy relativos respecto de la verdad que encierra.

De hecho, Vattimo entiende que profesar la fe cristiana significa tener fe en una tradición de textos que empieza con las cartas de Pablo a los Tesalonicences, los escritos mas antiguos del Nuevo Testamento, y plantea la necesidad de un cristianismo sin religión, la inevitabilidad de la secularización cristiana posmoderna como una forma de nihilismo – en el sentido nietzscheano: cuando la verdad ha devenido una fábula – y la realización de la mayor virtud evangélica: la caritas, cuyo significado excede el de la mera “caridad”, en reemplazo de la verdad teológico-metafísica. Este cristianismo no religioso es, desde ya, producto directo de la hermenéutica de Vattimo, que convierte a Jesús de Nazaret en un intérprete (como Moisés) de los mensajes religiosos que le anteceden y a la religión cristiana en una interpretación del mundo, no necesariamente moral, como pensaba Nietzsche, sino históricamente responsable del surgimiento de la subjetividad moderna a partir del “principio de interioridad” de San Agustín, y con ella del perspectivismo hermenéutico.

En cuanto a Caputo, su teología del nombre de Dios como acontecimiento (lo incondicional, lo irreductible, lo indestructible, etc.) está en una zona indeterminada entre Deleuze y Heidegger, y en total afinidad con la lógica del fantasma (o hauntología) de Derrida. Como tal, la teología espectral de Caputo (cercana a la idea de kenosis, del vaciamiento de Dios en el mundo) es indiferente a la muerte de Dios, ya que éste no importa en su calidad de ente superior de la metafísica y menos en tanto divinidad cristiana, sino solo como acontecimiento enigmático e inmanente que se refugia en el “nombre” de Dios y que, más allá de ese significante, traza el mayor y más difundido lenguaje de la historia humana: la religión. En pocas palabras, los autores insisten en que Dios no ha muerto sino una encarnación de él.

 

Publicado en el suplemento de cultura del diario Perfil el 24 de octubre de 2010, con el título “Jesús de Nazaret como intérprete”.

 

 



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