Henri Bergson, Lucrecio y la lluvia de átomos
Atomismo, fatalidad y poesía. Autor: Henri Bergson. Género: ensayo. Editorial: Cactus.
RUBÉN H. RÍOS
Aproximadamente hacia el año 50 a. C., Tito Lucrecio, poeta y filósofo del que poco y nada se sabe, escribió un largo poema que desde el Renacimiento se considera una de las grandes obras clásicas de la cultura occidental: De rerum natura (Sobre la naturaleza de las cosas). En rigor, pese a sus formas literarias, consiste en un tratado epicúreo de física atomista, haciendo la salvedad que en ese continente – y es el abismo que lo separa del atomismo moderno – están contenidas una psicología, una ética, una estética y acaso una filosofía de la historia. El texto del joven Henri Bergson reproducido en esta edición de Cactus fue publicado por Libraire Ch. Delagrave en 1884, como parte del libro Extraits de Lucrèce dirigido a estudiantes de retórica. Si se quiere, compone una breve introducción comentada a la física y la filosofía del De rerum natura, y también a la moral, la estética y la poesía implicadas en la concepción lucreciana del mundo y de la humanidad, en sí misma “poética”.
De cualquier manera, lo que más le impresiona a Bergson no es la belleza del atomismo antiguo, ni los hemistiquios del poema, ni siquiera el amor por la naturaleza que expresa Lucrecio, sino la profunda melancolía del De rerum natura, al que juzga como algo nuevo en la historia. En pocas palabras, ya no es simplemente el atomismo de Demócrito o el de Epicuro, esa mecánica eterna de los átomos en el vacío que genera infinitos mundos al azar y expulsa a los dioses. Para Bergson – y eso le interesa sobremanera – en Lucrecio la fatalidad de las leyes de la naturaleza, originadas una vez por el desvío (el clinamen) accidental e imprevisible de la lluvia de átomos y destinadas a perecer, como todo lo generado por ellas, es el origen mismo de la melancolía que lo embarga. Esto mismo, por otro lado, se convierte en un consuelo ante las desdichas y monotonía de la vida, y sobre todo respecto de lo inevitable de la muerte (a lo que no se debe temer, según el epicureísmo, en cuanto ausencia de sensación).
Dicho de otra manera, la melancolía que Bergson percibe en De rerum natura procede del orden fatal y aleatorio, fijo y transitorio, establecido por el torbellino y las turbulencias de los átomos en el vacío, de ese factum, esa facticidad de las causas y los efectos que vuelve inútil toda queja y absurdas las ilusiones del deseo. El movimiento del alma humana, también atómica como la totalidad que lo existe, por igual está sometida a la fatalidad de las leyes naturales o, en su defecto, a la libertad que hace posible la irrupción del clinamen. Como sea, a juicio de Bergson, Lucrecio se apiada de la condición humana al mismo tiempo que celebra la majestuosidad de la naturaleza, es decir, capta el doble aspecto de los seres y de las cosas. En eso radicaría la originalidad de su poesía, la cual imitaron Virgilio y Ovidio, a veces literalmente, hasta perder todo interés hacia el primer siglo de la era cristiana. Ni los paganos que aún defendían a sus dioses, ni los cristianos que creían en una divinidad sobrenatural, pensaban como Lucrecio. El materialismo del De rerum natura comenzará a reconstruirse con el tiempo, es cierto, aunque no esa melancolía que Bergson descubre como una nueva sensibilidad.
Publicado en el suplemento de cultura del diario Perfil el 24 de diciembre de 2022, con el título “Sensibilidad y melancolía”.
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