Deleuze sobre Nietzsche
- riosrubenh
- 9 ago 2019
- 4 Min. de lectura
Nietzsche. Autor: Gilles Deleuze. Género: ensayo. Editorial: Arena Libros.
RUBÉN H. RÍOS
Nietzsche y la filosofía (1962) de Gilles Deleuze marca a fuego el pensamiento contemporáneo y, en gran medida, toda comprensión del lugar decisivo y excepcional que ocupan las tesis nietzscheanas en la historia de la filosofía. Publicado durante una atmósfera cultural dominada por Sartre – Crítica de la razón dialéctica sale en 1961 – y Lévi-Strauss – El pensamiento salvaje es de 1962 –, el libro de Deleuze tardará en abrirse camino. Lo hará sobre firme, hasta convertirse prácticamente en un texto canónico. El Nietzsche (1965) lo complementa como un manual o una guía de lectura, pero también como un espejo del amor deleuziano por los esplendores y las sombras nietzscheanas, lo que se nota ya en la breve biografía que abre la obra, en la cual la cuestión de la enfermedad de Nietzsche (que lo persigue desde la infancia) y la relación de ésta con su filosofía, se impone.
Del niño prodigio que diserta y compone música (lo hará aun en la locura) al brillante joven filólogo que enseña en Basilea a partir de 1869, y de la primera crisis de salud en 1875 a la última de Turín el 3 de enero de 1889 –período de solitarios viajes por Suiza, Italia, Francia–, transcurren dos momentos muy distintos que sólo la obra une. Mostrar esto le interesa mucho a Deleuze, puesto que los primeros síntomas fuertes de la enfermedad de Nietzsche (dolores de cabeza y de estómago, problemas oculares, dificultad con el habla) – que recrudecen en 1881 y llegan a la semiparálisis – aparecen luego de El nacimiento de la tragedia (1872) y de la ruptura de la amistad con Wagner. Dicho de otro modo: la enfermedad de Nietzsche empieza con el hallazgo de su voz propia.
Enfermedad y salud son para Deleuze las claves biográficas y filosóficas del pensamiento nietzscheano que explican el derrumbe final en la locura y la parálisis. Nietzsche se hundiría por fin, luego de un desplazamiento incesante de la enfermedad a la salud a través de sus escritos, cuando pierde –poco después de la euforia creativa de 1888– esa movilidad que ponía la enfermedad al servicio de la salud. La locura (demencia o psicosis) surge de la misma obra, la paraliza y ya no permite que Nietzsche, paralizado también él, pueda reconvertirla en obra, en “gran salud” sino sólo en cartas delirantes. Como Jaspers (que era médico), Deleuze desestima la sífilis que diagnostican sin pruebas los médicos de Jena.
En el apartado dedicado a la filosofía de Nietzsche (presentado como introducción o comentario a un diccionario de personajes del Zarathustra y una selección de textos nietzscheanos realizada por Deleuze), esa articulación entre enfermedad y salud conduce a otra: la unidad del pensamiento y de la vida. Esto sería lo que se ha olvidado de la filosofía, y que los presocráticos poseían. Modos de vivir que provocan modos de pensar, modos de pensamiento que crean maneras de vivir. Nietzsche justamente se enfrentaría a ese olvido y al pensamiento –la historia entera de la metafísica, el cristianismo– que se alza contra la vida, que enferma y enloquece la vida (los cuerpos) en nombre de valores superiores a ella. De ahí el filósofo como médico de la cultura, el martillo de la crítica de los valores, el filósofo-artista que crea valores. Enfermedad y salud son las claves también para dar cuenta de la significación del nihilismo, en tanto éste es la enfermedad misma producida por las fuerzas que niegan la vida y su rebasamiento (mediante la transmutación de los valores), el umbral de la salud. Las fuerzas nihilistas han triunfado en la historia porque los esclavos han impuesto su evaluación de la vida. Deleuze distingue, dentro de la psicología nietzscheana, varias etapas del nihilismo: el resentimiento, la mala conciencia, el ideal ascético, la muerte de Dios, el último hombre y el hombre que quiere perecer. Según esto, el nihilismo se destruye a sí mismo al alcanzar la última etapa donde los valores nihilistas (divinos y humanos) ya no valen, donde la voluntad del hombre naufraga en la nada. Hasta allí la voluntad de negar la vida ha logrado un devenir-esclavo de todos los hombres, un devenir enfermizo de las fuerzas afirmativas de la vida. En adelante ya no reinarían los esclavos, sino el superhombre.
El pensamiento nietzscheano se muestra entonces como un grado máximo de esa tensión entre enfermedad y salud –entre enfermedad como evaluación de la salud y los momentos de salud como evaluación de la enfermedad– en la que se dirime, de fondo, la gran batalla de la cultura. Por eso las interpretaciones de Nietzsche basadas en los viejos valores, las cuales deducen que “voluntad de poder” equivale a deseo de dominar o apetito de poder (o que los poderosos no son esclavos) deben ser rechazadas. La energía de este rechazo a favor del porvenir inspira, una vez más, en este legendario libro, el ardor de Deleuze.
Publicado en el suplemento Radar Libros del diario Página 12 el 23 de diciembre de 2001, con el título “¡Qué enfermo!”.

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