Jean Cocteau y el surrealismo
Secretos de Belleza. Autor: Jean Cocteau. Género: ensayo. Editorial: Leteo.
RUBÉN H. RÍOS
Poeta, novelista, dramaturgo, libretista de ballets, diseñador, ceramista, dibujante, pintor, escenógrafo, ensayista y cineasta, mezcla de dandy de la Belle Époque y artista multifacético de la vanguardia parisina en las primeras décadas del siglo XX, Jean Cocteau ha transmitido a la posteridad – esa quimera – no sólo la aureola de los círculos artísticos de la Rive Droite del Sena bajo los influjos de la modernidad sino también una de las máximas expresiones (y hay pocas) del surrealismo. Esta espléndida edición de Secretos de Belleza, publicada originalmente en 1945 en la revista Fontaine y luego una segunda versión en el volumen décimo de las Œuvres complètes de Jean Cocteau (1950), confirma la raíz surrealista de la obra íntegra de Cocteau y lo que siempre afirmó sí mismo: que ante todo era un poeta. Porque las clarividentes notas que componen este libro hipnótico giran en torno de esa cosa extraña llamada “poesía”.
Las mismas circunstancias en que Cocteau toma las notas, en marzo de 1945, durante el remolque de su auto averiado de Anjouin hasta Orleans, rinden tributo al surrealismo. Según el autor, le repugna escribir esos breves textos que no sabe de dónde provienen mientras viaja en un vagón de tercera clase, en la ruta, sobre páginas de libros, sobres, manteles, en un “maravilloso malestar”. En ese estado, en tránsito del mismo modo del inconsciente a la conciencia, de inspiración inequívocamente surrealista (es decir, freudiana), no sólo apunta reflexiones sobre la poesía sino también sobre Baudelaire, Picasso, Radiguet – el “Rimbaud del siglo XX”, protegido por Cocteau –, Chaplin, Barrés, Satie, Víctor Hugo, Apollinaire, Pushkin, Eluard, Bergson, Limbour, Debussy. En general, se trata de retratos de dos o tres trazos, a veces un epigrama luminoso.
Por lo demás, la concepción de Cocteau de la poesía y el acto poético (o artístico), total o parcialmente, tiene su fuente dorada en el surrealismo. Lo declara sin inconvenientes: “Toda escritura hermosa es automática”. Esto significa, bien pensado, que no hace falta definirse como surrealista para adherir a sus arcanos fundamentales o explorar esa belleza que se extrae de la noche. En la nota sobre su relación con los surrealistas, Cocteau confiesa que sus diferencias con ellos no fueron más que contrariedades amorosas, disputas entre amantes, la enemistad que se dio entre un grupo y un individuo libre, él mismo. Nada, en definitiva, que impida alimentarse de la materia de los sueños y los encuentros fortuitos, de las oscuras intuiciones y las imágenes enigmáticas, aunque se desconfíe de la “escritura automática” como máquina de hacer milagros poéticos. Por otra parte, en Cocteau trabaja como un sonámbulo el modelo del poema de Apollinaire, cierto decadentismo tardío, un anticonformismo que lo disuade de abrazar la doctrina surrealista.
Con todo, en Secretos de Belleza, el fuego del poema asciende de las profundidades del inconsciente, desde una fuerza irracional y proteica – “las cavernas del ser” diría Artaud – que impone el ritmo, el estilo, el sentido, sin agotarse allí. Por eso el poeta nunca es comprendido, y si alcanza el reconocimiento se debe a un error. Su familiaridad con los parajes nocturnos y los estratos oníricos, con la acechanza de la muerte, lo convierten en poco menos que un fantoche. Los poetas “no reciben cartas de amor”, no danzan sino andan, son héroes en secreto, huyen del Príncipe de este mundo, hacen equilibrio entre lo inconsciente y la conciencia, entre la exactitud de un disparo a distancia y la vaguedad suprema. La entrevista incluida como apéndice en el libro, realizada poco antes de la muerte de Cocteau por el escritor William Fifield (publicada en 1964 en The Paris Review), es un vivo testimonio de este amor de origen surrealista por los abismos de la poesía.
Publicado el 25 de febrero de 2018 en el suplemento cultural del diario Perfil, con el título “En los abismos de la poesía”.