E.M. Cioran, la muerte, el kitsch
De lágrimas y de santos. Autor: E.M. Cioran. Género: ensayo. Editorial: Tusquets.
RUBÉN H. RÍOS
Ya se sabe quién dijo que ordenar una biblioteca es ejercer, de alguna manera, la crítica literaria. Así, hay lectores que jamás incluirán entre sus libros algunos de los muchos (quizá demasiados) que ha publicado el filósofo apátrida – nacido en Rumania – Emile Michel Cioran. Otros, sin embargo, conservarán alguno que otro, por ejemplo, La tentación de existir (1981) o Breviario de podredumbre (1983), tal vez sus libros más interesantes. Pero entre los que, habiéndolo leído, rechazan a Cioran se destacan los que lo acusan de kitsch. Refinadísima objeción, por lo demás.
De lágrimas y de santos, publicado en 1937 y escrito aún en rumano (luego escribe en francés), representa, si se quiere, una oportunidad para revisar a Cioran desde aquella perspectiva que lo designa como kitsch, y que significaría una novedad en cuanto, hasta ahora, la filosofía ha estado exenta de esta categoría propia de la estética y la política. Calificar de tal manera a la obra o al pensamiento de Cioran es directamente negarle sustancia filosófica, declararlo fraude, una mera construcción de sensaciones; no ya estar en desacuerdo con su visión pesimista del mundo, sino degradarlo a efectismo, a prestidigitador dogmático.
La brevedad y el tema específico de De lágrimas y de santos permite interrogarlo acerca de su condición de kitsch sin suntuosas complejidades. Se trata de una serie de textos que reflexionan o especulan sobre el problema de Dios y la experiencia mística cristiana. Se definen, en cualquier caso, por una tensión que va desde la admiración por los santos hasta la convicción de la inutilidad y la desactualidad de estos; por una contradicción entre el deseo de Dios y su denegación que se resuelve en cierta orfandad de índole deísta, hierática y desoladoramente escéptica. El pesimismo de Cioran, que lo caracteriza, acaso parte de esa necesidad de un dios en el que no cree y del que, sin embargo, lamenta su extinción, como uno de los síntomas de la decadencia occidental.
El misticismo cristiano, el éxtasis de la santidad, las lágrimas que genera la pasión por Dios, indican para este temprano Cioran un momento de absoluto en el seno de la civilización, la posibilidad perdida de refugiarse del mundo, de fundirse con la divinidad. El asceta, el monje enclaustrado, la santa que renuncia a los mandatos de la sexualidad, el teólogo contaminado de eternidad, configuran los grandes exponentes del espíritu religioso del cristianismo. De esto se sigue que la muerte moderna de Dios, anunciada por Nietzsche, conlleva la abolición de la trascendencia mística respecto del orden mundano y de la gravidez de ser hombre, y deja tan solo la aridez del sinsentido de la vida y del universo. Es el reino de la trivialidad, del sufrimiento absurdo.
Como a Henri Michaux, quizá a Cioran le hubiera gustado ser santo, pero esa fascinación, en vez de deslumbrantes poemas, lo ha conducido a la elaboración de una sombría y terrible teología atea. Sin embargo, definitivamente no es kitsch, aunque presente una particularidad fundamental de este al inducir estados de ánimo, en este caso (lejos de la cursilería) de pesadumbre y abatimiento. Cioran no es kitsch porque, además de que esta función pertenece a la estética (o la política), especialmente De lágrimas y de santos se muestra como la inversión del concepto de kitsch quizá más lúcido que se haya dado, cuyo autor es Milan Kundera: “El kitsch es un biombo que oculta la muerte”.
Si existe algo que resulta evidente, luego de la lectura de este libro, es la permanente presencia de la muerte. En la periferia, sugerida, escamoteada, nunca descubierta en plenitud, en ella consiste el dilema con el que trabaja Cioran, aunque lo denomine Dios o la nada. Tema de toda su obra, en De lágrimas y de santos adopta la forma de la sacralidad, y de un doloroso misterio. Desde luego: la muerte nunca es kitsch.
Publicado en el suplemento cultural del diario Clarín el 3 de noviembre de 1988, con el título “La muerte nunca es kitsch”.