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Acerca de como el psicoanálisis espiritualiza a Foucault

El psicoanálisis ¿es un ejercicio espiritual? Respuesta a Michel Foucault. Autor: Jean Allouch. Género: ensayo. Editorial: El cuenco de plata.

RUBÉN H. RÍOS

La afirmación de Freud, en Psicología de las masas y análisis del yo (1921), acerca de que el Eros platónico es análogo a la libido deja un manojo de interrogantes con relación al concepto freudiano de deseo. No en vano quizá las enseñanzas de Lacan respecto de éste, como lo demuestran Deleuze y Guattari en El Antiedipo (1972) o Derrida en El cartero de la verdad (1975), lo asemejan al Eros platónico como falta y carencia. En cualquier caso, para el Foucault de La voluntad de saber (1976) – primer tomo de Historia de la sexualidad –, el deseo psicoanalítico constituido por la ley o reprimido por ella participa de esa representación “jurídico-discursiva” del poder que la analítica foucaultiana rechaza tanto en sus premisas como en sus consecuencias. No hay modo, según esto, de integrar un pensamiento de corte nietzscheano con otro que conceptualiza al deseo como carencia, y sin embargo en este propósito se sostiene Jean Allouch intentado vincular el psicoanálisis lacaniano con las prácticas de “cuidado de sí” difundidas por el último Foucault. Lo consigue, pero al precio de borrar cualquier alusión a la cuestión de la ley y el deseo.

Aunque Allouch se apoya en La hermenéutica del sujeto, un seminario dictado por Foucault entre 1981 y 1982 en donde hace del psicoanálisis una práctica “espiritual” a la manera de las técnicas de subjetivación que se extienden de la antigüedad grecorromana hasta el cristianismo, eso no lo exime de saltar por encima del “sujeto del deseo” que se problematiza más tarde en El uso de los placeres (1984). Como otros estudiosos del campo lacaniano en diálogo con el pensamiento foucaultiano, Allouch elude o da por hecho que el concepto de deseo en Foucault es el mismo que el de Lacan y que, en definitiva, en ese aspecto, no existe diferencia significativa entre una hermenéutica estoico-epicúrea y la psicoanalítica lacaniana. En realidad, como dice Allouch, ésta forma parte del movimiento de “espiritualidad” que viene del mundo antiguo, en cuanto trata de cierto “sujeto de la verdad”, pero se incluye con su propia teoría del deseo constituido por la ley y, por consiguiente, con una particular práctica hermenéutica que en poco se parece (dinero, modo de transmisión, necesidad de pasar por otro, salvación, flujo asociativo, catarsis) a las que interesan a Foucault. De este modo, el psicoanálisis puede considerarse una nueva forma de “cuidado de sí”, aunque ya no un “arte de vivir” en el sentido foucaultiano, en esa “estética de la existencia” que no se funda en la ley.

El “spycanálisis” que propone Allouch, que reemplaza el “psy” de psychanalyse por el “spy” de spirituel, es un ejercicio espiritual no cristianizado – como, dice, lo recibe de Foucault –, que no separa cuerpo de espíritu y mediante el cual el sujeto del deseo experimenta una serie de transformaciones espirituales (subjetivas) para acceder a la verdad. A semejanza del platonismo, combina “cuidado de sí” y racionalidad sin ceder a las tentaciones de la función psi, la psicología y la psiquiatría. Más que una forma de saber, según preferencia de Lacan, una espiritualidad hermenéutica que encuentra su principio espiritual en el agujero del lenguaje y la ley en ese pasaje de la madre al padre (de lo sensible a lo no-sensible) que Freud en Moisés y la religión monoteísta ( 1937-1939) define como una “victoria de la vida del espíritu” (Geistigkeit: espiritualidad). De esta suerte, no hay relación sexual (un tópico lacaniano) sino erotismo espiritualizado, el acto sexual como un ejercicio espiritual que supone un falo también espiritual, en tanto el espíritu (“fuego” en Heidegger o “soplo” en Freud) responde al significante. Es decir, toda una espléndida operación de Allouch que corrompe las acusaciones de “falogocentrismo” arrojadas sobre Lacan por Derrida y aproxima, en gran medida, la lógica del fantasma elaborada por éste – a partir de Espectros de Marx (1995) – al psicoanálisis como espiritualidad que trata las “enfermedades del espíritu” y los “objetos espirituales”.

Fantasmas o espectros, almas o espíritus, sombras y apariciones, la espiritualización del inconsciente que lleva a cabo Allouch no sólo fuerza bastante a Lacan sino también a Freud, pero sobre todo lo desplaza hacia Jung, hacia ese inconsciente arcaico-mitológico de origen espiritual que autoriza a pensar las psicopatologías como posesiones demoníacas. De más está decir que Allouch sólo pretende responder a Foucault y ubicar al psicoanálisis claramente como una técnica de subjetivación, una hermenéutica del deseo que se mantiene a relativa distancia de las ciencias positivas. De todas maneras, al transformarlo en un ejercicio espiritual en correspondencia con las “estéticas de la existencia” que la analítica foucaultiana piensa en contraste con la ley, no sólo no responde a Foucault sino lo adapta para una reforma del psicoanálisis que lleva su firma, no menos que la propia interpretación de Allouch de ese “sujeto del deseo” involucrado en el cuidado de sí mismo.

Publicado en el suplemento cultural del diario Perfil el 6 de enero de 2008, con el título "Un ejercicio espiritual".

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