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El surgimiento de una era poscristiana en Jacob Taubes

Del culto a la cultura. Autor: Jacob Taubes. Género: ensayo. Editorial: Katz Editores.

RUBÉN H. RÍOS

La admiración de Lyotard y Agamben, entre otros lectores no menos calificados como Marcuse, por la obra del teólogo y filósofo alemán de formación rabínica Jacob Taubes (1923-1987) se entiende plenamente a partir de esta recopilación de ensayos escritos entre 1953 y 1983, cuyo título alude a uno de ellos e intenta a grandes rasgos (aunque con demasiada generalidad) cifrar el eje problemático de un pensador más preocupado por el destino de la modernidad que otra cosa. Es cierto que como profesor de historia y filosofía de la religión del Seminario Rabínico de Nueva York y de las universidades de Jerusalén, Harvard, Princeton o Columbia, la materia con la que trabaja la erudición de Taubes es teológica, pero esto no significa más para él que develar las raíces religiosas de la experiencia moderna y las formas en la que la escatología occidental se seculariza y concluye con “la muerte de Dios”; de la cual el ateísmo ilustrado se desprende como una teología negativa o una paradójica teología atea que acompaña el mundo – según Weber – de “la jaula de hierro” del humanismo racionalista y tecnocientífico. En otras palabras, al menos desde la teoría de Freud, con la represión sin escapatoria posible de lo más arcaico y primario de los hombres para sostener el orden civilizatorio, la cultura occidental entra en una era ya poscristiana.

Este final promovido por la Ilustración y el desencantamiento racional del mundo, tanto burgués como marxista (la última gran escatología), se prefigura en el pasaje del teísmo al deísmo moderno (o sea: del Dios creador con potestad irrestricta sobre su creación al Dios como causa del universo, pero separado de las leyes naturales y, en consecuencia, impedido de violarlas en el milagro), y en el “panteísmo” del Espíritu absoluto de Hegel que por un lado transforma al Dios trino en la historia dialéctica (también trina) de la humanidad y por el otro, de acuerdo a Taubes, hace de la sustancia ontológica de la metafísica griega y escolástica un sujeto histórico – la conciencia – en devenir hacia el saber absoluto de sí.

La izquierda hegeliana (Feuerbach, Marx y Engels) antropologiza la historificación de la divinidad cristiana y agrega, en esa inversión materialista del idealismo, un momento superador de la sociedad burguesa y liberal: el comunismo. La conversión de la trascendencia teológica en inmanencia de la historia de la humanidad no sería posible sin el giro copernicano que termina con una cosmología extática del cielo y la tierra, lo sobrenatural y lo natural, el arriba y el abajo que fundamenta la Civitas Dei de San Agustín. Tampoco sin Plotino, cuyo Uno se temporaliza para retornar hacia sí de modo similar al Espíritu hegeliano, y sin Joaquín de Fiore, quien abandona el esquema agustiniano y divide a la historia en tres edades: la del Padre, la del Hijo (la Edad Media) y la del Espíritu Santo (la moderna).

Para Taubes, si la modernidad prolonga la escatología cristiana como razón histórica, el cristianismo es más que una herejía del judaísmo, bastante típica, que al continuar con el mesianismo judaico (modelizado, en parte, por el “siervo sufriente” de Dios, el Mesías del texto profético Deuteroisaías, a su vez divinizado en los libros de Daniel y de Henoc), rechazado por los rabinos, reemplaza la ley mosaica por la fe en el Redentor (según Pablo en Rom.10,4), es decir, el principio de justicia por el del amor. El historicismo moderno se origina tanto en la historia cristiana de la salvación del mundo, interiorizada luego como soteriología del alma ante la demora del fin de los tiempos, como en la idea apocalíptica de judío y cristianos primitivos. Los gnósticos, en la conformación del monoteísmo universal, cuyos primeros signos provienen de la periferia del judaísmo temprano, se oponen a ello a través de un conjunto muy extenso de teologías y cosmologías fuertemente mitológicas como reacción frente al fin del mito pagano que desdivinizaba el mundo. La gnosis que asimiló el cristianismo, pese a Pablo, penetró hasta cierto punto en aquel y a ella se debe la presencia de los ángeles, por ejemplo, pero todavía más las formas heréticas del misticismo cristiano (y aún islámicas y judías, como la Kabaláh) a partir de Escoto Erígena, e incluso la poesía moderna expresada por Yeats y Blake, Baudelaire y T.S. Eliot, o por el surrealismo.

Los mitologemas gnósticos, según Taubes, se caracterizan por postular un Dios lejano, un demiurgo oscuro que deja al mundo en tinieblas y obliga a los humanos a volverse sobre sí mismos, hacia la propia interioridad sedienta de trascender la distancia entre la divinidad y la criatura. En ese sentido, la vivencia gnóstica de la ausencia de Dios, en una suerte de retorno a los orígenes del cristianismo, parece definir el horizonte de “la muerte de Dios” en la modernidad, el final de la esperanza cristiana de redención, y también el comienzo de la tragedia poscristiana en “la jaula de hierro” de la razón instrumental.

Publicado en el suplemento de cultura del diario Perfil el 6 de julio de 2008, con el título “Las raíces religiosas de la modernidad”.

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