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El fundamentalismo islámico según Fukuyama

FIN DE LA HISTORIA E ISLAM EN FUKUYAMA

RUBÉN H. RÍOS

Cuando en 1989 Francis Fukuyama publicó el ¿El fin de la historia?, en la revista The National Interest, el cual sería la base de su libro El fin de la historia y el último hombre (1992), la tesis que allí se argumentaba fue tanto desestimada por las izquierdas como usada por el neoliberalismo para confirmar que si el comunismo había caído el sentido de la historia era el capitalismo y la democracia liberal. El debate de aquellos años tuvo un marcado carácter ideológico-político y muy pocos consideraron a Fukuyama, si bien interesado políticamente, como alguien que presentaba fundamentos extraídos de la filosofía de la historia más arraigada en Occidente: la hegeliana. Se le reprochó, desde los círculos académicos, que en realidad no se trataba de Hegel sino de la lectura que de éste había realizado Alexander Kojève (junto con Hyppolite, quizá uno de los más importantes intérpretes hegelianos del siglo XX), como si eso bastara para restarle impacto a un pensamiento que declaraba la finalización del proceso histórico en el sistema capitalista democrático-liberal. La izquierda hegeliano-marxista, por su parte, ante ese cambio en el signo del progreso social, insistió en los principios dialécticos materialistas que mostraban la necesidad de superar la contradicción principal del capitalismo – la desigualdad económica – antes de llegar al fin de la historia o, mejor dicho, al principio de la historia de la libertad del hombre.

Mal o bien, la tesis de Fukuyama explotó la filosofía de la historia de sus enemigos políticos, el concepto de progreso de la tradición liberal democrática, el de la ilustración científico-técnica y de la historia entendida como un proceso universal, único, evolutivo, inteligible y coherente ( con su telos, su “finalidad”) para establecer que la mayor parte de la humanidad llegaba al final de la historia en la democracia liberal y el “Estado universal y homogéneo” tal como lo había pensado Kojève, al menos hasta cierto punto. Porque Fukuyama, y con esto rompe tanto con los economicismos como con la autoconservación y el bienestar material del “hombre económico” de Hobbes y Locke, la historia no se decide en la racionalidad económica sino en la lucha por el reconocimiento que llevan adelante los hombres entre sí, un combate a muerte por el prestigio que abre el proceso histórico, subordina la biología animal (el instinto de conservación) al deseo humano, provoca las revoluciones democráticas y representa el “eslabón perdido” entre la economía y la política liberal. Del mismo modo, la historia o la evolución ideológica termina en 1806 con la batalla de Jena, cuando la vanguardia de la humanidad (Robespierre-Napoleón) alcanza a realizar el Estado moderno. Esto es, no hay manera de mejorar ideológicamente el ideal de la democracia liberal.

Por otra parte, se ha señalado muy poco que para Fukuyama el fin de la historia en el “Estado universal y homogéneo”, a la inversa que Kojève, no está exento de contradicciones. Como la lucha por el reconocimiento y el prestigio se basa en el thymos (ánimo, coraje, orgullo) – noción que Fukuyama toma de Platón – y la democracia liberal promociona la isothymia (el deseo de ser reconocido como igual a los demás) en desmedro de la aristocrática megalothymia (el deseo de ser reconocido como superior o mejor que otros), en el final de la historia surge un “último hombre” domesticado por la autoconservación, el enriquecimiento pacífico y la filosofía política moderna. En la “vejez de la humanidad”, el capitalismo y la democracia liberal transhistórica requieren para su funcionamiento hombres “thymóticos” que reactiven la megalothymia erradicada por la ingeniería social del liberalismo político y económico y se pongan en riesgo en nombre de su propia libertad más allá de la biología y el bienestar material. No sólo, se diría, porque no hay ningún valor o dignidad en ser reconocido sólo por ser humano y en satisfacer necesidades físicas, sino (y quizá sobre todo) porque el thymos del Islam puede resultar también un obstáculo para el avance de la historia universal hacia la democracia liberal. Y, con esto, se tocan los límites de la filosofía de la historia de Fukuyama cuya divulgación y vulgarización han silenciado.

Es que el fin de la historia en la sociedad capitalista y democrática sólo vale para Occidente, y por tres razones que el mismo Fukuyama especifica en El fin de la historia y el último hombre: el thymos del Islam revitalizado en la lucha por el reconocimiento ante la hegemonía de Occidente, la ideología islámica como potencialmente universal y los orígenes religiosos o teológicos de la filosofía de la historia occidental en la historia universal cristiana. La secularización del cristianismo en la modernidad cultural y política ha sido puesto suficientemente de manifiesto en los estudios de Löwith, Taubes o Agamben, entre otros, pero en Fukuyama (aunque en segundo plano) regulan directamente el estadio de la historia finalizada y finiquitada para la “mayor parte” de la humanidad – al menos como ideal – a excepción del Islam. El fundamentalismo islámico, según Fukuyama, por su defensa nostálgica de los valores tradicionales frente al estilo de vida occidental se asemeja al fascismo europeo y, en el fondo, a cualquier otra expresión político-religiosa u ideológica del “fango de la historia”. Está claro entonces quienes son, para el ex asesor del presidente Bush, los actores dialécticos de la próxima “superación” de la historia universal de la humanidad.

Pulicado en el suplemento de cultura del diario Perfil el 15 de febrero de 2009, con el título "Así hablaba Fukuyama".

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