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El ser y la nada en Heidegger

NOTAS SOBRE HEIDEGGER Y LA NADA

RUBÉN H. RÍOS

En la conferencia ¿Qué es metafísica? (1928), inmediatamente posterior a Ser y tiempo (1927), Heidegger piensa la nada (das Nichts) en discusión con las ciencias y la metafísica (rectoras del pensamiento occidental) que sólo se ocupan del ente y “nada” más. Sin embargo, esta “nada” no supone simplemente un vacío, aunque tampoco un ente (algo), sino más bien la negación de todo ente: lo no-óntico. Según esto, hay negación, negatividad, porque hay nada, y no a la inversa. En la angustia, al alejarnos del ente en total por la indeterminación de este afecto (Kierkegaard: la angustia se angustia de nada), experimentamos la nada junto con el anonadamiento de los entes, pero no como “algo”. La totalidad de lo óntico, en la angustia, se hunde, propone Heidegger. La nada anonada al ente en su ser, lo torna lo absolutamente otro en relación a ella misma, pero a la vez lo hace evidente en cuanto tal para que el hombre acceda a él.

Esto es, la nada trasciende al ente y en ese más allá del ente en total, en ese trans, se aloja la metafísica misma. En cualquier caso, no en el sentido del no-ser de la tradición (aquello sin eidos, como en Parménides) en cuanto, en este desfondamiento que realiza Heidegger, el ser mismo del ente, caído en su finitud, “sobrenada” en la nada. Se sigue que hay ente y ser en la medida que, ambos, flotan sobre la nada. Dicho de otro modo: la metafísica es posible porque hay nada, la pura trascendencia. La pregunta final de la conferencia – ¿por qué hay ente y no más bien nada? – la Grundfrage, la pregunta fundamental de la metafísica (Leibniz) – indica un cambio de entonación y de acento a favor de la existencia de la nada más allá de lo óntico en total.

También la introducción y el epílogo de la conferencia agregados por Heidegger en 1949 y 1943 respectivamente enfatizan algunas notas de la conferencia y suprimen o sofocan otras. En primer lugar, la metafísica se encarga más directamente del ente en cuanto ente (espíritu, materia, fuerza, devenir, representación, tiempo, voluntad, sustancia o sujeto) siempre a la luz del ser, pero no piensa – es sabido – el ser mismo. Cuando la metafísica considere efectivamente el ser (y no lo óntico) – el fundamento, la verdad del ser – se superará a sí misma y ya no será más ella. Mientras no ocurra esto se ocupa “nada” más que del ente, y aún cuando nombre el ser para referirse al ente ha olvidado el ser (en última instancia, una “cosificación” de éste).

Además, apunta Heidegger, desde el eínai (ser) de los griegos el ser del ente se piensa como presencia de lo presente; luego, también (preeminencia del “ahora”) como tiempo. De este modo, ser, presencia y tiempo, dominan la historia de la metafísica y ocultan la verdad del ser en cuanto interroga sólo por el ente en general y los entes en su totalidad. La unidad de ésta constituye el fundamento del mundo como un superente (espíritu, materia, fuerza, devenir, representación, tiempo, voluntad, etc.). No obstante, en el epílogo de 1943, nada y ser ya no designan lo mismo: la nada, lo otro del ente, ahora oculta el ser.

En Hacia la pregunta del ser (1956), en diálogo con Ernst Jünger, Heidegger retoma la cuestión de la nada anonadante de lo óntico como aquello que rige en la época del nihilismo consumado o activo: la época de la técnica y la administración total del mundo. En esta meditación la esencia de la nada cobija el ser como superación de ella misma y, en consecuencia, del nihilismo. Ser y nada se tachan (una X) – la Cuaternidad (Geviert), cuyas regiones de componen de cielo, tierra, mortales, inmortales – para pensarlos por fuera de la representación, y a la vez como el mundo propio del hombre. Más todavía: la esencia humana pertenece a la del nihilismo y a su realización en la voluntad de poder nietzscheana, la única voluntad posible bajo el nihilismo. Esta sobrepasa y trasciende al ente hasta hacerlo precipitarse y esfumarse en la nada (ya no hay ser).

Este trans, este transcendens absoluto, este sobrepasar, según Heidegger, no es sino la destinación que nos reserva la metafísica: la pura trascendencia de la nada (la posibilidad de la pura presencia) y del ser. Por esto en la metafísica se halla la esencia del nihilismo y en esa medida el hombre, constituido en la metafísica, le pertenece. En ese círculo visual, dice Heidegger, de la representación metafísica del hombre, en el que no hay más que ente, lo no-ente sólo existe como una nada no anonadante. Sin embargo, esta presencia de la nada preanuncia al ser, anuncia el olvido del ser. Por último, la metafísica es nihilismo porque ha olvidado el ser, lo otro del ente.

Heidegger se plantea poner a la nada como fundamento del ser, ya que ésta revela el sentido del ser, según la tesis de ¿Qué es metafísica? Aun cuando la nada, lo denegado, lo censurado y eliminado permanezca a pesar de las operaciones de la ciencia, no hace más que evocarla desde el momento en que la excluye. La nada – el no ser del ente en su totalidad – libera al mundo de la simple identidad consigo mismo y lo abre a una dimensión histórica: la historia del ser que no es más lo que era. A juicio de Heidegger, cuando la ciencia reflexiona sobre sí y su propia índole, sobre la propia función y alcance en la relación a la historia del ser, reclama el auxilio de la nada, que no se refiere a la nada de este o aquel ente, sino a lo óntico en su totalidad. A través del sentimiento de angustia las cosas son puestas en relación con su negación, con su poder no ser.

Entonces el mundo se muestra como un mundo en naufragio, nunca idéntico a sí mismo, y en cuya raíz ser y no ser aparecen como perfectamente transformables el uno en el otro, no sólo porque el ser del ente se devela en su falta de fundamento a partir de la nada sino también porque ella alude al fondo desde el cual el ser proviene y en el cual se sumerge. En este sentido, lo propio del ente radica en no ser nada. En consecuencia, por el anonadamiento de la nada, que anonada dejando ser, lo óntico se recoge en un horizonte de sentido y da lugar a un mundo. La nada conduce al Dasein (el “ser-ahí” o el “hombre”) ante ella como tal, así como por él la nada aparece en el trasfondo de la totalidad del ente. Dicho de otra manera: la nada, el ente y el Dasein se corresponden. Si éste se dirige hacia el ente por medio de la técnica, lo hace sólo sobre la base de la evidencia de la nada.

En Heidegger, lo óntico aparece en su realidad a contraluz de la nada debido a que define la verdad del ente como un no estar sostenido por algo, un yacer suspendido sobre la propia ausencia de fundamento. Por lo tanto, si este desfondamiento indica la esencia del ente y la condición por la cual el Dasein entra en relación con el mundo y consigo mismo, entonces sin la nada no hay un ser-en-sí-mismo ni libertad. Ello, sin embargo, no tiene influencia sino donde el Dasein asume sobre sí la plena responsabilidad acerca del propio mundo, y eso sólo acontece si la totalidad del ente se manifiesta como no reposando en el ser sino en la nada, cuando ella surge como el fundamento del ser. De allí que la confluencia del ser y la nada traza la marca originaria de la experiencia de la libertad.

En tanto que la nada permite al Dasein entrar en relación con el ente descubierto por ella, al encontrarse inmerso en lo óntico sin fundamento (Abgrund) ya está desde siempre más allá del mundo dado, porque este podría existir de otro modo o, incluso, no ser. Estar inmerso en la nada significa trascender, pero en la trascendencia está la libertad, afirma Heidegger. Es decir, el mundo desfondado en el que me encuentro arrojado resulta hasta tal punto mío que, a la vez, puedo trascenderlo. De manera que la responsabilidad del Dasein en relación con el mundo se dirige a cuidar aquello que el mundo, de hecho, no es. La iluminación del ser, su verdad, procede de la nada (nada de fundamento) y por ello el ente se ofrece al Dasein libremente.

La metafísica propone la pregunta fundamental – la Grundfrage: ¿por qué hay algo y no más bien nada? (¿Warum ist überhaupt Seiendes und nicht vielmehr Nichts?) – sobre el fondo de una búsqueda de fundamento, de la razón que necesariamente muestra la verdad del ser a partir de ese fundamento y de su principio. En cualquier caso, entiende Heidegger, hoy la ciencia responde al porqué de los entes y los considera en su conjunto como objetos que son fácticamente, sin más, cerrando de este modo la posibilidad misma de una reflexión sobre la nada. Lo óntico, al que se reduce el ser, se presenta a la ciencia bajo el axioma de que nada significa lo otro del ente. Con todo, en ese abismo de la libertad, en donde el fundamento ha sido sustraído (Abgrund), el ser no está precedido ni determinado por ente alguno.

Para el Heidegger de La constitución onto-teo-lógica de la metafísica (1957), el ser reúne lo óntico más general en la unidad profunda y a la vez lo fundamenta en la unificación superior de la totalidad, es decir, fundamenta y funda lo Uno – siempre un superente – en el Todo de los entes, dando cuenta del fundamento, del ser en tanto ultima ratio y causa sui. En otras palabras, lo óntico en lo general y lo inmediato, y en la totalidad y lo último, se fundamenta a sí mismo en cuanto el ser soporta y funda el ente, ya que este también, en un bucle, constituye (como su causa) y fundamenta el ser elevado a ente supremo. De eso se trata la onto-teología de la metafísica, de una rotación, de un girar circular del ser y el ente el uno alrededor del otro, de modo que el ente (el ón) se desoculta, se hace patente, pero olvidando el ser y excluyendo la nada.

Bibliografía

Heidegger, Martin, ¿Qué es metafísica? Siglo Veinte, Buenos Aires 1987. Trad. X. Zubiri.

“Introducción y epílogo a ¿Qué es metafísica?”. Revista Nombres, Año II, Córdoba 1992.

“Hacia la pregunta del ser”, en Acerca del nihilismo. Paidós, Barcelona 1994. Trad. J.L. Molinuevo.

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