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Nietzsche y los presocráticos

BREVE COMENTARIO DE LA FILOSOFÍA EN LA ÉPOCA TRÁGICA DE LOS GRIEGOS (1873) DE FRIEDRICH NIETZSCHE

RUBÉN H. RÍOS

De las escuelas presocráticas, Nietzsche elige aquellas que reflejan de un modo más poderoso la personalidad del filósofo, una entonación personal. Tales, Anaximandro, Heráclito, Parménides, Anaxágoras, Empédocles, Demócrito, son todos pensadores en los cuales el carácter estaría ligado a su pensamiento porque no conocen el artificio académico. En ellos tampoco existe el desdoblamiento moderno entre el amor a la libertad y la belleza, por un lado, y la voluntad de verdad, por el otro, que sólo se pregunta por el valor de la vida. Con Platón el filósofo ya ha sido desterrado de la polis griega (sin duda, Nietzsche alude a la condena a muerte de Sócrates) y empieza algo nuevo, mixto: la doctrina de las Ideas consiste en una mezcla de elementos socráticos, pitagóricos, heraclíteos, parmenídeos, etc.

La filosofía comienza con una proposición absurda de Tales de Mileto: el agua (o lo húmedo) es el origen (es decir, la noción de arkhé, el principio de todo, la "causa material" de Aristóteles) de las cosas. Sin embargo, aunque suene absurda, dice algo acerca del origen de la cosas, y lo hace sin imágenes ni creencias religiosas, además de formular el pensamiento "todo es uno". La proposición es filosófica, afirma Nietzsche, porque desborda los límites de la experiencia. Pero además esta idea, aun siendo inverificable, no es ni mítica ni figurada. Los griegos, mientras tanto, creen en la realidad de los hombres y en la naturaleza como metamorfosis de los dioses: el hombre es la verdad y centro de todo, y la naturaleza sólo apariencia. Tales (que era matemático y astrónomo) al formular el pensamiento abstracto "todo es uno", al poner el agua como la realidad y el origen de las cosas, de acuerdo a Nietzsche, dice también: esto es grande, esto merece que elevemos nuestro pensamiento sobre las ciencias particulares y las especulaciones ficticias. Tales concibió la unidad del ser como agua.

El sucesor de Tales fue Anaximandro de Mileto. En su caso, había que estudiar el origen de las cosas en cuanto estas debían ser juzgadas por sus injusticias conforme al orden de los tiempos. Nietzsche piensa que Anaximandro, como Schopenhauer, consideraba que de algún modo había que expiar nuestro nacimiento, primero en la vida y luego por la muerte. De este modo, era una metáfora antropomórfica que aplicaba la limitación de la vida humana a toda la existencia en general. Considerar, con Anaximandro, todo devenir como una emancipación del eterno ser y por eso sujeto a castigo, como una falta que se castiga con la muerte, entiende Nietzsche que no deja de ser algo muy humano, demasiado humano.

Según Anaximandro, en tanto todo lo que es está condenado a dejar de ser, y toda cualidad está determinada a perecer, el principio de las cosas no posee determinadas cualidades, por lo tanto, el verdadero ser no tiene cualidades, ninguna determinación; de lo contrario, sería originado como todas las demás cosas y, por consiguiente, tendría un fin. Para que el devenir no cese, el ser originario debe considerarse indeterminado. Debe estar, además, por encima de todo devenir para garantizar la eternidad de éste. Lo "indeterminado" entonces sólo se dice de modo negativo, esto es, no le conviene ningún predicado.

Anaximandro piensa que perece aquello que tiene derecho a existir en el incesante círculo del caducar y del nacer, en la muerte desplegándose sobre la existencia, que es lo injusto del mundo, en una palabra, y se refugia en un mundo metafísico (indeterminado). De allí que existir, para Anaximandro, es una culpa que sólo se repara con la muerte. "Sus conciudadanos" - dice Nietzsche irónicamente - "lo eligieron para dirigir una colonia de emigrantes: quizá encontraron de ese modo la ocasión de honrarle y de verse libres de él". Tales había resumido la pluralidad de los entes a una unidad (al "uno"), pero Anaximandro pregunta: ¿cómo es posible que si existe una eterna unidad, exista la multiplicidad? Responde: por el carácter autodestructivo (negativo) de esa multiplicidad que así se libera de existir. Entonces vuelve a preguntar: ¿pero por qué no está ya todo destruido dado que ha transcurrido una infinidad de tiempo? Anaximandro sólo tiene como respuesta una conjetura: lo indeterminado es eterno.

El problema del devenir, afirma Nietzsche, lo asume Heráclito. En primer lugar, niega que existan dos planos distintos – uno físico (determinado) y otro metafísico (indeterminado) – y, luego, niega el ser; en el mundo no encuentra nada exento de destrucción. En otras palabras, todo deviene. Se ponen nombres a las cosas como si estas subsistieran al devenir, pero nadie se baña dos veces en el mismo río. Heráclito es un pensador intuitivo, a juicio de Nietzsche, y rechaza los conceptos lógicos, por eso puede afirmar que Todo contiene, al mismo tiempo, en sí su contrario (luego Aristóteles lo acusará de violar el principio de contradicción). El devenir consiste en una fuerza que se desdobla en dos actividades cualitativamente diferentes, opuestas pero que tienden a reunirse. Las cualidades permanentemente se divorcian de sí mismas y se constituyen en cualidad opuesta y, a su vez, estas dos cualidades contrarias se esfuerzan por unirse otra vez. Todo lo que hay, a cada momento, es luz y oscuridad, contrarios en combate. De esa lucha nace el devenir, y toda armonía sólo dura un instante de un combate sin fin. Esa lucha expresa la eterna justicia, según Nietzsche, que surge de las espadas heraclíteas que se cruzan, al chocar, chispas y centelleos. Así lo uno es lo múltiple.

En Heráclito las cualidades múltiples de las cosas no conforman ni eternas esencias (Anaxágoras) ni fantasmas de la percepción (Parménides), sino la expansión de Zeus: el juego del fuego. Heráclito dice del fuego lo mismo que Tales y Anaximandro habían dicho del agua: que recorre en infinitas transformaciones el devenir (en los tres estados principales: calor, humedad y solidez). Pero Heráclito – como Anaximandro – cree en una destrucción cíclica del universo por obra del fuego desencadenado. El mundo, tras cierto período, se consume en el fuego. Pregunta de Nietzsche: ¿existe acaso la pluralidad del mundo originada, al culminar la destrucción, por la hybris (exceso sacrílego) del juego ígneo? Y en ese caso: ¿el proceso del mundo comporta un castigo por esa hybris? ¿El mundo no era efecto, en consecuencia, de esa falta? Si es así entonces, propone Nietzsche, la culpa está en el fondo de las cosas, no en el devenir, pero lo condena a soportar eternamente las consecuencias de la hybris.

En Heráclito, sin embargo, no hay culpa ni injusticia en la devastación universal por el fuego en tanto inocencia del devenir. El fuego juega (como el niño, el artista) y construye y destruye inmoralmente. Este juego eterno, lo juega el Aion ("tiempo de la vida", "época") consigo mismo, afirma Nietzsche. El mundo retorna a sí mismo, siempre nuevo, después de cada ignición universal, por obra de ese principio del juego eterno del fuego. En consecuencia, no hay ninguna justificación moral del mundo, ya que éste consiste en esa danza inocente y bella que realiza el Aion para sí mismo en la pura inmanencia.

Mientras la verdad de Heráclito proviene de intuiciones metafóricas, la doctrina del ser de Parménides se basa en una abstracción, sostiene Nietzsche. A su juicio, Parménides parte en dos el pensamiento presocrático, y puede considerarse su filosofía como la menos griega de los dos siglos de la época trágica. Como Heráclito, también Parménides busca una salida al dualismo de Anaximandro, pero su método radica en elevar las cualidades contrapuestas al modelo (heraclíteo) de los contrarios, la luz y la oscuridad, para hacer de aquello que corresponde con la luz un género positivo, y de lo que pertenece a lo oscuro uno negativo. El mundo empírico se divide, de esta manera, en cualidades positivas y negativas, es decir, en existentes y no-existentes. Por ejemplo, el frío resulta negación del calor. A partir de esto la culpa del devenir – el no durar – recae sobre lo no-existente, aunque es tanto lo no-existente (no-ser) como lo existente (ser) que hacen posible el devenir, a condición de que esa lucha eterna de los contrarios – lo positivo y lo negativo – no haga imposible el devenir.

Para Parménides, en cuanto lo que no es no puede ser, no hay más que ser: el origen (arkhé) de todas las cosas. El ser configura una esfera, pero no en el espacio porque sino éste sería un segundo ser. Con esta doctrina del ser, piensa Nietzsche, Parménides priva a los sentidos de la facultad de hacer abstracciones porque sólo engendran errores y hacen creer que lo que no es, es, y que el devenir posee un ser. Parménides por ninguna parte encuentra un ser como el que concebía, en reposo eterno, aunque por el hecho de pensarlo infería que este realmente existía, lo cual descansaría sobre el supuesto de que poseemos un órgano del conocimiento que penetra en la esencia de la cosas. Por consiguiente, si no hay dos seres, sino sólo Uno, se concluye que ser y pensar es lo mismo.

Ahora bien, Heráclito y Anaximandro acuerdan en que todo sucede según necesidad, pero para el primero cada cosa singular pertenece al juego eterno del fuego (es decir, del logos: "reunión"), mientras para el segundo la pluralidad existe porque pertenece al no ser, y cada hombre existe por el hecho de negarse a pagar con la muerte el hecho de existir. Según Nietzsche, Heráclito afronta la maldición del devenir (el no durar) negando el ser en el devenir. Así niega las dos regiones anaximándricas: la inferior (física), dominada por el mal de vivir, y la superior (metafísica), en la cual resplandece lo eterno indeterminado. En el kosmos heraclíteo, por lo tanto, la vida se convierte en inmortal porque la destrucción purificadora del fuego supone un renacimiento. Pero cuando Nietzsche pregunta si la conversión heraclítea de la maldición en bendición no es el acto más culpable – la peor hybris – ya no encuentra ninguna respuesta en Heráclito.

En todo caso, Parménides no libera al hombre del castigo de Diké, la justicia, en la medida que el castigo es el error, la oscuridad, el dejarse engañar por las ilusiones de los sentidos. Por esto es necesario, en la doctrina parmenídea, saber distinguir la verdad de la opinión, la realidad de la apariencia: alétheia y doxa. El ser en cuanto inengendrado, no perece ni deviene, y el no ser no puede pensarse ni decirse, no existe. En una palabra, el mal de vivir, la errancia sin fin, se disuelven en la luz eterna del ser. De modo que si para Tales "todo es uno", en Anaximandro ya se desdobla en ser y no ser; y si en Heráclito también "todo es uno", pero todo es y no es, todo deviene, para Parménides "todo es uno" dividido en dos mundos: el del ser, el del devenir. La interpretación de Nietzsche es que, en estos filósofos de la "época trágica", el no-ser (el devenir) significa el mal que se debe expiar.

Bibliografía

Nietzsche F., La filosofía en la época trágica de los griegos. Los libros de Orfeo, Buenos Aires 1994. Trad. G. T. Schuster.

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