La saga de la Escuela de Frankfurt
La Escuela de Fráncfort. Autor: Rolf Wiggershaus. Género: ensayo. Editorial: Universidad Autónoma Metropolitana-Fondo de cultura económica
RUBÉN H. RÍOS
Traducido a varios idiomas, este voluminoso libro relata la historia del Instituto de Investigación Social o Escuela de Fráncfort (o Frankfurt) desde su fundación en 1924 por Félix Weil – un empresario nacido en Buenos Aires en 1898 – hasta más o menos la actualidad, además de glosar e interpretar el pensamiento de los miembros vinculados a la Escuela: Adorno, Hokheimer, Benjamin, Marcuse, Fromm, Löwenthal, Kracauer, Pollock, Neumann y Kirchheimer como representantes de la “primera generación” y Habermas y Negt de la “segunda generación”. El autor de la obra, Rolf Wiggershaus, alumno de Adorno y Habermas, se apoya en una extensa documentación que abarca alrededor de medio siglo para reproducir la saga de la llamada “teoría crítica” y los avatares políticos, sociales y financieros que sufrió el Instituto dirigido por Horkheimer entre 1930 y mediados de los ’50. Ese gran ciclo que si se quiere culmina en 1977, cuando el gobernador del estado de Baden-Württemberg acusó a la Escuela de ser una de las causas del terrorismo de izquierda de aquellos años en Alemania. Por supuesto ya no vivía ninguno de los acusados para defenderse con excepción de Habermas, resarcido de la ofensa con el premio Theodor W. Adorno concedido en 1980 por el alcalde demócrata-cristiano de Fráncfort.
Si hay algo que pone de relieve la historia institucional de la Escuela es la infinita discreción impuesta por Horkheimer con relación a la política en general y al sistema de poder del capitalismo en particular, y en forma muy acentuada durante el período en que la principal filial del Instituto (había otras en Europa) funcionó anexada a la Universidad de Columbia en Nueva York. Por razones de dependencia financiera de empresas y fundaciones como de respeto por el orden económico y social del país en el cual se exiliaron, los pensadores de la “teoría crítica” asumieron un perfil muy bajo y envuelto en caracteres de neutralidad académica y científica. Por ejemplo, la primera edición de 1944 de Dialéctica de la Ilustración de Adorno y Horkheimer (para muchos la pieza más representativa de la Escuela), se publicó en alemán, en una tirada mimeografiada de 500 ejemplares y sólo distribuida entre los amigos. Del mismo modo, en parte urgidos de dinero, Marcuse, Neumann y Kirchheimer durante la guerra trabajaron para los servicios gubernamentales de EEUU en puestos no menores. Al retornar a Fráncfort, donde Horkheimer fue elegido rector de la universidad, esta actitud reticente ante los asuntos políticos no cambió y, de no ser por la figuración de Marcuse en las revueltas de los ’60, el Instituto habría continuado en el anonimato.
Por otro lado, Wiggershaus consigue aislar la matriz filosófica de la Escuela en el mesianismo de Benjamin, muerto en Europa en 1940, cuyas tesis sobre filosofía de la historia llegaron a Adorno poco después por intermedio de Hannah Arendt. Según las cartas entre Horkheimer y Adorno de junio de 1941, lo que estos recogieron como “axiomas teóricos” del pensamiento benjaminiano son las ideas de la historia como catástrofe, la identidad de barbarie y cultura, la dominación de la naturaleza, la crítica al progreso y el desenmascaramiento de la historia como revelación de los dominadores. En una palabra: los tópicos centrales de la Escuela. El mismo Marcuse, quien fue mantenido a relativa distancia del Instituto por su marca heideggereana, concluyó El hombre unidimensional (1964) citando una frase de Benjamin. No sólo Adorno y Horkheimer admiraban a éste, hasta el punto de rentarlo para que escribiera el Libro de los pasajes, sino una gran parte de su obra proviene de las tesis de aquel, y en especial en Adorno, quien no dejó nunca de discutir con el pensamiento de su viejo amigo. De este modo, expulsado Fromm en 1941, silenciado Pollock, alejados Löwenthal y Kracauer, Neumann y Kirchheimer, finalmente la Escuela se definió en torno a los pensadores más benjaminianos.
Por eso fracasa el esfuerzo que realiza Wiggershaus para conectar a Habermas con la “primera generación” de la Escuela. En El discurso filosófico de la modernidad (1985), Habermas califica a Adorno, Horkheimer y Benjamin (caprichosamente excluye a Marcuse) como “anarco-románticos” o “anarco-nietzscheanos” que pretenden destruir la razón ilustrada. La investigación de Wiggershaus no menciona esto, pero el libro es una prolija desmentida de la perspectiva habermasiana.
Publicado en el suplemento de cultura del Diario Perfil el 28 de marzo de 2010, con el título "Alrededor de medio siglo de soledad".